Por segunda vez en quince días he sentido el dolor agudo que a traición ha herido a un amigo. Por enésima vez en mi memoria he contemplado el latigazo desleal de la muerte, y he palpado el eterno e inmenso desconcierto de los vivos ante la presencia de la desalmada compañera, que jamás pide perdón y que nunca mejorará por más que pasen los años.
Mientras caminaba de la mano con la cadena de la pena, por la ciudad de “los otros” (compañeros del alma..., compañeros), y ante la visión de la colmena blanca tan densamente habitada por el silencio, un eslabón de la tristeza murmuró la eterna frase: “esto es la vida” . En aquel momento, sentí muy cerca la pequeña sorpresa de lo que a mí me pareció un diminuto milagro: Nacho señalando con enorme ternura el vientre hinchado de Marta contestó: “ Y eso, también es la vida”.
Una nube violeta, se balanceaba indiferente encima de nuestras cabezas.
Gracias, Nacho Borja. Nunca olvidaré ese precioso “también”.