viernes, 27 de abril de 2007

Un asunto de plumas.

Tengo un problema, me dijo. (Desde que vivo como vivo, la palabra “problema” ha cambiado su naturaleza y ya sé que se trata de “ un proyecto a solucionar”)
Y sí, " Ella, la bella" tenía un problema: la almohada de su cama era demasiado larga (casi dos metros). Y aunque la princesa no tenía dos cabezas, era imprescindible la pluralidad del objeto que sujetaba sus sueños.
En una tarde de domingo, de esas en que la soledad escogida “es” pero “no es”, puse frente a mí aquel "instrumento con ideas" que anhelaba fervientemente dejar de ser uno para convertirse en dos, según deseo expreso de su reina. Y pensé: “facilísimo: un corte rápido y chapucilla, con sutura oculta, eso sí respetando las preciosas iniciales bordadas”. Pero ¿ que haría con las entrañas...? ¿ Provoco un parto real como el de Leticia..., o me voy a IKEA y compro dos...? . Estaba muy claro. Aquel contenido liviano, etéreo como una danza bailada por Anna Pavlova, me daba la respuesta: “merece la pena lo que estas pensando”. Y así lo hice.
Pero con lo que no contaba es que aquel plumón que en su día había sido capturado por sorpresa, y que jamás se había resignado a su suerte, quería repetir aunque solo fuera por una vez su experiencia ancestral: volar. No se lo pensó dos veces, y aquellas minúsculas plumas , sutiles como soplos de brisa, invadieron no solo mi espacio exterior sino que llegaron a ocupar hasta lo más profundo de mi intimidad. La lucha fue titánica. Se trataba de una batalla entre suspiros y estornudos en la que inevitablemente uno de los dos tenía que matar o morir: o las plumas o yo. Y como en asuntos de supervivencia la experiencia es la que impera frente a otras formas de vida, me hice con la partida: jaque mate.
Pero no se debe subestimar jamás el último suspiro de un ave. En el almuerzo de una semana después, reunida la plana mayor con futuros consortes incluidos, una pluma blanquísima apareció meciendose suavemente, sobre el manjar que dormía su sueño eterno , posada sobre la blonda de la inmaculada fuente. Alguien comentó al probarlo ¡que rico! ¿es pollo? A lo que yo contesté con el tremendo respeto que da el rival vencido, pero no humillado: “No es pollo. Es cisne”.
Y quien sabe, si allá en el nuevo planeta “Súper Tierra” ( que nombre más vulgar...) Tchaikowski no estaría en ese momento cambiando el final de su Suite.
Hoy, entre batutas divinas, Tchaikoswki, mientras le ofrece una copa de “Néctar de Bienvenida” a Rostoprovich, seguro que le hablará de la irremediable rebeldía de las alas.